Fui tu raíz en un desierto sin sed,
te regué con los dedos partidos de tanto dar.
Me puse el sol en la espalda
para que nunca te falte un amanecer.
Dormías como un niño,
yo velaba como una estrella rota.
Me arrodillé en cada silencio,
te escribí con el cuerpo los poemas
que tú no sabías leer.
Tu amor era una pluma que no flotaba.
Y yo me lancé igual,
me hundí en tu marea ingrata,
pero incluso allí,
incluso en lo más hondo,
brillaba.
Me volví la sombra de mí
por abrazar tu sombra.
Me volví hielo de tanto no arder contigo.
Y cuando mi alma se golpeó
contra las paredes de lo injusto,
decidí incendiarme solo.
Me fui.
Con el pecho agujereado pero el alma entera.
Ahora vivo donde no me sigues,
donde el cielo no se repite,
donde nadie da menos de lo que doy.
Y tú,
tan fácil,
tan niño,
tan incapaz de sostener tu propio peso,
te colgaste de otro.
Pero tú sabes.
tú sabes que cuando el silencio
se acuesta contigo,
la piel que te abraza jamás sabrá el mapa
de tus sombras como mis manos.
Yo fui un faro.
Tú, una barco sin timón.
Y aunque hoy seas apenas eco
en la caverna de mi historia,
a veces te sueño.
Y esta vez
ningún sueño se quedará
a espantarme la noche.
Por eso despierto
y soy libre.
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