Un embuste,
un faro encendido que no alumbra,
porque la marea se llenó de espejos rotos
y mi reflejo, por poco, se quiebra.
En la penumbra,
dos astros disputaban un mismo eclipse,
y la piel,
como un pergamino secreto,
guarda signos que no me pertenecen.
Lo entiendo.
Camino entre cristales
con los pies desnudos,
y cada herida es un diamante
que nadie podrá tocar.
Mi viaje no se permuta,
llevo conmigo mi propio escenario,
la corona invisible,
la que jamás se inclina
ante nadie.