La
memoria de un país que aún sigue herido.
Muchos
sabemos en términos teóricos lo que el terrorismo fue en nuestro país, pero muy
pocos entendemos lo que esto que todos llamamos “la guerra interna” género
dentro del Perú o mejor dicho al interior de él. En lima la gente se alarmaba y
entraba en pánico sabiendo que podrían haber coches bombas en cualquier esquina
o apagones a mitad de la noche, pero asesinatos, violaciones o matanza en masa,
eso no era el pan de cada día en la capital, si no dentro, al interior del país
y su muy famosa llamada “guerra interna”.
La
Cautiva de Luis Alberto León, es la obra ganadora del concurso Sala de Parto del
año 2013 organizada por el teatro La Plaza y estrenada el 23 de octubre en este
mismo espacio bajo la dirección de Chela De Ferrari. Esta obra nos cuenta de
manera muy poética y dentro de un juego muy performático la violencia que muchos
Ayacuchanos inocentes sufrieron durante la época del terrorismo.
Luis
Alberto León nos traslada a Ayacucho en el año 1984, a una especie de morgue
donde el Médico (Carlos Victoria) y su auxiliar Mauro (Alaín Salinas), un joven
de 22 años se encargan de recibir a los cadáveres que llegan día a día a raíz
de la violencia, es ahí donde María Josefa, la cautiva (Nidia Bermejo), una
niña de 14 años llega y despierta sin saber que está muerta y que será víctima
de un horror, una violación. El Capitán (Emilram Cossio) y su tropa, causantes
del ultraje esperan fuera de ahí. Es Mario el responsable de prepararla para el
festejo de sus verdugos, pero en un acto de profunda compasión, el joven se
apiada de ella e intenta salvarla transformando la funesta realidad en su
fiesta de quince años soñada, lo cual desencadenará un juego entre ellos
generando diferentes emociones y reacciones en el público, pero finalmente contándonos
la crueldad que hizo presa a muchas personas en aquella época.
La
directora Chela De Ferrari acierta aterrizando esta obra en un espacio
realista, donde todos los elementos escenográficos nos hacen ver un espacio
rural cerrado utilizado como especie de morgue en aquel período de nuestra
historia y a la vez generando un espacio dinámico en donde la acción de la obra
se puede desarrollar de manera óptima. Este espacio realista a su vez y se
vuelve ritual y sagrado de tal manera que acaricia al espectador con una
ruptura agradable cuando María Josefa despierta; es aquí en donde se ve otro
plano, el plano de la fantasía y la muerte, ahí es en donde Mauro se relaciona
con ella.
La
iluminación es una fuente de gran belleza dentro de La Cautiva, pues la
ritualidad de la obra se potencia con ella, el plano astral se vuelve visible y
hace ver en el espectador la existencia del sueño y la mente. Las fuentes de
luz predominantes son 3 linternas de querosene acompañadas inteligentemente de
3 luces cálidas arriba de cada una de ellas, y luces contracenitales las cuales
generan sombras, y una atmosfera onírica dentro de la obra que complementa muy
bien la participación de los actores. La mayor apreciación sobre esta iluminación
es que durante la obra impide de alguna forma ver de manera clara las facciones
del rostro de los actores convirtiéndolos más que en personajes únicos en personajes globales, muchas Marías Josefas,
muchos Mauros, soldados, capitanes, médicos y muchos ayacuchanos que pasaron
por aquello, que vivieron esta lúgubre época.
Nidia
Bermejo, nos atrapa con su actuación en todo el largo de la pieza teatral, conmoviéndonos
con su inocencia y haciéndonos ver cosas que no hay físicamente en escena, nos
hace viajar por otro tiempo y espacio en donde las reglas de la realidad no
rigen, nos muestra su dolor, su juego,
la belleza de su pueblo, la realidad de muchas niñas ayacuchanas que sufrieron
vivas o muertas la violación, la injusticia, el terror, sin duda una de las
actuaciones mejor realizadas dentro de la obra. Por otro lado su compañero
Alaín Salinas nos muestra la compasión y la ternura de un pueblo que estaba
entre la espada y la pared, impotente que de alguna forma u otra necesitaba sentir
que algo hacía para no abandonar a su pueblo, él y Nidia nos seducen con su actuación
mostrándonos desde el juego la crueldad, la soledad, la fantasía de que todo en
algún momento estará mejor, las fuerzas de vivir y la fuerza de una población
que no se rinde aun con el pasar de los años. Estos dos actores embellecen la
obra con el acento que utilizan al hablar con la poesía en que dicen cada
texto, y sobre todo con la gran entrega y honestidad que transmiten al
espectador. Carlos Victoria tiene una participación bastante buena dentro de la
obra también, y de la misma forma nos nuestra la otra cara de la historia; el
médico limeño que solo hace su trabajo, tal vez por miedo, tal vez por no
querer salir perdiendo. Emilram Cossio de alguna forma nos hace ver la
crueldad, la injusticia pero también la injusticia que no tiene justicia, de
alguna forma no concuerdo con esta mirada del abusador que abusa para despojarse
de su mala suerte, pero es una visión que la directora plantea, lo cual de
alguna forma hace más humano al personaje y no simplemente el villano del
cuento. El actor al comienzo genera rechazo por su actuación un tanto inverosímil
y la voz impostada con una gran raspeada en la garganta, pero en cuanto más
habla más desaparece un poco la molestia, pero continúa ahí sin embargo.
Finalmente
en la obra parecen un Cabito (Jesús Tantaleán) y un Senderista (Rodrigo Rodríguez)
que hacen una especie de danza de la violación en la parte en donde sucede el clímax
de la obra acompañada con música de procesión, cadenetas rojo y blanco colgadas
de arriba, una virgen y es aquí en donde se cruzan las tres líneas que posee la
obra: la realidad, la fantasía y la religiosa, haciendo una metáfora de lo que pasaba
en Ayacucho en aquellos años: la crueldad en la que se vivía que generaba
muertes y destrozos dentro de un caos en donde Dios y la fe eran la única ayuda
más cercana. Lo único que podía haber sido manejado con más tacto es cuando
aparece la bandera de sendero luminoso flameante por todo el escenario de una
manera muy puesta y panfletaria, pero más allá de ello una escena que absorbe muy
inteligentemente todos los planos que se ven a lo largo de la historia.
La
Cautiva es una obra teatral muy digna, una pieza inteligente en donde las
actuaciones, iluminación, escenografía y musicalizada de manera muy optima, nos
trae de vuelta a la conciencia los años duros de la historia del país en donde
nos hace ver esta vez de manera lúdica y ritual la brutalidad que sufrieron
centenares de ayacuchanos y que aún siguen pidiendo justicia.