Te vi llegar de noche,
te miré a los ojos por primera vez
cuando la ciudad bostezaba
y el viento parecía escribirnos un secreto.
Nos sentamos en una banca cualquiera,
y sin saberlo, en ese momento
el mundo, sin avisar,
empezó a girar alrededor de nosotros.
Hablamos hasta que el cielo casi perdió el sueño,
hasta que mis manos, sin saber cómo,
encontraron tus mejillas
y mis labios buscaron los tuyos,
como si hubiera llegado tarde
a una historia que ya nos esperaba.
No pasó mucho hasta que el sol resplandeció
y yo, buscando tu brillo,
encontré una tregua.
Un mueble, dos cuerpos,
caricias que aprendían a caminar,
un vino suave
y la calma rota solo por tus pestañas largas
cuando bajaban a mirarme.
Fuimos al cine.
La película temblaba en la pantalla,
pero el verdadero susto era este sentimiento
creciendo sin permiso.
Tú recostado en mi hombro,
tus hoyuelos apareciendo como un milagro,
y mis dedos queriendo quedarse a vivir
en la curva de tu sonrisa.
“Vámonos”, te dije,
como quien invita a un sueño.
“Vamos”, respondiste,
sin pedir destino ni mapa,
sin miedo a la locura,
como si ya supieras
que la vida no siempre te regala una utopía.
Tres días bastaron
para verte llegar a la misma banca
con una mochila,
hermoso por todos lados,
hermoso regalo inesperado.
Nos fuimos juntos,
dos locos empujados por una luna terca,
por un querer que no busca frenos.
En mi cuarto,
juntos sobre las sábanas,
abrazándote sin prisa,
los platos sobre la mesa,
tu mirada coqueta mordiéndote los labios.
Te confieso que habitaría ese momento infinitamente,
y solo eso me bastaría.
Me viste crear payasos,
reírme del mundo,
ser ridículo, libre,
yo mismo.
Contigo no escondo nada:
ni la luz, ni las grietas.
Eres naturaleza,
tan bella como la laguna que nos recibió
como un pacto.
Un azul tan grande que nos hacía ver pequeños,
las nubes bailando sobre nosotros
celebrando que estábamos juntos.
Arriba, en lo más alto,
tu mano tibia,
tus bromas,
tu boca encontrando la mía
con esa naturalidad que solo tienen
los encuentros que crea el destino.
Y así, la aventura pareció terminar
después de la bajada.
Me tuviste arriba
y ahora te fuiste.
Y yo me quedé
con tu olor en mi almohada
y tu nombre en mis huesos.
De noche te sueño.
Un juego mecánico subía, bajaba, giraba,
y en cada vuelta
solo encontraba tu rostro.
Tus ojos.
Tu risa.
Tu nombre latiendo dentro del mío.
Ahora no puedo más.
Necesito volver a verte.
Aunque sea cinco minutos,
aunque el mundo no entienda esta urgencia.
Fue un flechazo.
Una brújula que me indicaque el norte eres tú.
Una certeza sin explicación.