El sueño comenzó como una noche común, aunque inquieta. Estaba en mi cama, dándome vueltas, tratando de encontrar descanso, pero el sueño simplemente no llegaba. La ansiedad crecía en el silencio de la madrugada. Sabía que al amanecer tendría que estar en el set para grabar un comercial importante. Necesitaba estar fresco, seguro de mí mismo. Sin embargo, por más que lo intentaba, algo dentro de mí se resistía a la calma.
Finalmente, agotado, caí en un sueño que me llevó a un escenario tan real que era difícil distinguirlo de la vigilia. Soñé que me levantaba y, en la penumbra, iba al baño para lavarme la cara, tratando de despejar mi mente. Pero al mirarme en el espejo, noté una sombra a mi lado. Al principio no lo entendí, pero poco a poco sus facciones se definieron. Frente a mí, en el reflejo, vi un rostro idéntico al mío, pero con una expresión siniestra, fría y desafiante. Era mi doppelganger, un doble oscuro que parecía disfrutar del poder que tenía sobre mí.
Él se quedó allí, interponiéndose entre la puerta y yo, bloqueándome el paso con una sonrisa torcida. Lo miré, asustado, y sentí una mezcla de rabia y temor. Los minutos pasaban, y yo sabía que debía salir, que el tiempo avanzaba y no podía retrasarme. Mis intentos por moverme eran inútiles; mis piernas no respondían, como si estuviera encadenado a la oscuridad de mi propio cuarto. Mi teléfono sonaba desde algún lugar, la producción llamándome para saber cómo iba, pero él solo se reía, como si cada vibración del teléfono le diera más fuerza.
Desesperado, grité pidiendo ayuda. Entonces apareció mi madre, fuerte y serena, como si supiera exactamente qué hacer. Juntos, comenzamos a reprender a ese doble oscuro en el nombre de Dios, invocando protección. Pero él no parecía asustarse. Al contrario, su sonrisa se ensanchaba, y sus ojos brillaban con una frialdad que solo aumentaba mi desesperación. Se reía, disfrutando de nuestro esfuerzo, como si mi angustia le diera placer. La risa retumbaba en mi mente, una y otra vez, burlándose de nuestros intentos.
Finalmente, un destello de luz llenó el cuarto, y él empezó a desvanecerse, todavía sonriendo, como si disfrutara su retirada. En ese instante, mi alarma sonó, y me desperté de golpe, empapado en sudor y con el corazón latiendo a mil. La ansiedad se arremolinaba en mi pecho, y las ganas de llorar casi me vencían. Pero sabía que no podía permitírmelo. Inspiré profundo, me recordé quién soy, y me levanté decidido a enfrentar el día, consciente de que, aunque ese doble oscuro intentara frenarme, yo tenía el control.