Una vez te vi,
bajo el peso sutil de la luna,
con los ojos inundados de ternura,
como si todo lo que ignoras
ardiera, lento, dentro de ti.
Te abracé,
no por la piel, sino por el caos
que lleva tu frente marcada,
la leve grieta de tus pensamientos,
donde tú callas y gritas,
tan lleno de fuerza, tan incapaz de volar.
Tu cabello rozó mis manos,
como quien toca una tormenta,
una promesa rota por el viento.
Quise, en ese instante,
ser la calma que mereces,
la sombra que te sigue sin pedir nada,
el cuerpo que se entrega sin destino.
Pero hay oscuridad en ti
como un laberinto invisible,
y en ella danzas
con el fuego de un deseo
que no conoces aún.
A través de tus gestos,
siento lo que no dices,
la lengua oculta de la carne,
el secreto del beso
que nunca se atreve a nacer.
Quisiera descifrarte,
descubrir la textura de tus silencios,
tocar la raíz de tu cansancio,
penetrar en esa luz apagada,
donde eres puro,
donde eres más que una piel
marcada por otros.
De ti, quiero
la herida y el verbo,
la noche y la chispa.
Seré, si me dejas,
la voz que rompa tus cadenas,
la llama que abrace tu sombra.
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