jueves, 27 de noviembre de 2025

Utopía

Te vi llegar de noche,
te miré a los ojos por primera vez
cuando la ciudad bostezaba
y el viento parecía escribirnos un secreto.

Nos sentamos en una banca cualquiera,
y sin saberlo, en ese momento
el mundo, sin avisar,
empezó a girar alrededor de nosotros.

Hablamos hasta que el cielo casi perdió el sueño,
hasta que mis manos, sin saber cómo,
encontraron tus mejillas
y mis labios buscaron los tuyos,
como si hubiera llegado tarde
a una historia que ya nos esperaba.

No pasó mucho hasta que el sol resplandeció
y yo, buscando tu brillo,
encontré una tregua.
Un mueble, dos cuerpos,
caricias que aprendían a caminar,
un vino suave
y la calma rota solo por tus pestañas largas
cuando bajaban a mirarme.

Fuimos al cine.
La película temblaba en la pantalla,
pero el verdadero susto era este sentimiento
creciendo sin permiso.
Tú recostado en mi hombro,
tus hoyuelos apareciendo como un milagro,
y mis dedos queriendo quedarse a vivir
en la curva de tu sonrisa.

“Vámonos”, te dije,
como quien invita a un sueño.
“Vamos”, respondiste,
sin pedir destino ni mapa,
sin miedo a la locura,
como si ya supieras
que la vida no siempre te regala una utopía.

Tres días bastaron
para verte llegar a la misma banca
con una mochila,
hermoso por todos lados,
hermoso regalo inesperado.
Nos fuimos juntos,
dos locos empujados por una luna terca,
por un querer que no busca frenos.

En mi cuarto,
juntos sobre las sábanas,
abrazándote sin prisa,
los platos sobre la mesa,
tu mirada coqueta mordiéndote los labios.
Te confieso que habitaría ese momento infinitamente,
y solo eso me bastaría.

Me viste crear payasos,
reírme del mundo,
ser ridículo, libre,
yo mismo.
Contigo no escondo nada:
ni la luz, ni las grietas.

Eres naturaleza,
tan bella como la laguna que nos recibió
como un pacto.
Un azul tan grande que nos hacía ver pequeños,
las nubes bailando sobre nosotros
celebrando que estábamos juntos.
Arriba, en lo más alto,
tu mano tibia,
tus bromas,
tu boca encontrando la mía
con esa naturalidad que solo tienen
los encuentros que crea el destino.

Y así, la aventura pareció terminar
después de la bajada.
Me tuviste arriba
y ahora te fuiste.
Y yo me quedé
con tu olor en mi almohada
y tu nombre en mis huesos.

De noche te sueño.
Un juego mecánico subía, bajaba, giraba,
y en cada vuelta
solo encontraba tu rostro.
Tus ojos.
Tu risa.
Tu nombre latiendo dentro del mío.

Ahora no puedo más.
Necesito volver a verte.
Aunque sea cinco minutos,
aunque el mundo no entienda esta urgencia.
Fue un flechazo.
Una brújula que me indicaque el norte eres tú.
Una certeza sin explicación.

domingo, 2 de noviembre de 2025

Su marca

Llegó con la lluvia,
como si el cielo lo hubiera dejado caer
solo para mojarme el alma.

Traía el frío en la ropa,
la humedad en los labios,
y esa mirada que parece prometerlo todo
sin decir nada.

Le di mi abrigo,
y él me devolvió el fuego.
Sus labios encontraron los míos sin pedir permiso,
como si el tiempo se hubiera detenido solo para mirarnos.
Mientras el mundo, afuera,
era pura tormenta,
pero aqui dentro, todo era calma.

Lo tuve cerca,
tan cerca que el mundo se borró.
El cuerpo entendió su idioma,
sin traductores,
sin culpa,
sin edad.

Después, el silencio.
Nos hablamos con las manos,
con los cuerpos,
con esa respiración entrecortada
que parecía una plegaria.

Su respiración aún flotando,
sus manos aún en mi espalda,
mi nombre en su boca,
y un hilo invisible
que no se rompe,
aunque la noche se acabe.

Dijo que le gustaba que sea intenso.
Yo solo supe que había vuelto a sentir.

Hay algo en su manera de mirar
que no sabe de prudencia,
que juega con el tiempo
como quien juega con fuego.

Y yo,
que ya aprendí a no pedir promesas,
le dejo entrar,
le cocino,
le espero.

Su cuello era mi ofrenda,
el mío, su territorio.
En su cuello dejé mi nombre,
y en el mío
se quedó su huella,
como un pacto sin palabras,
como un tatuaje hecho de deseo.

Su pecho contra el mío,
mi abrazo que no quería soltarlo.
Y cuando se va,
mi cuarto huele a vértigo,
a eso que no se puede retener
pero tampoco se olvida.

Un sueño

Hay luces que llegan de golpe, como una chispa perdida en mitad de un cuarto oscuro. Brillan tan de cerca que uno cree que por fin alguien v...